Miremos hacia ellas y su batalla continua por ir sobreponiéndose a una realidad injusta que se transforma en prendas de vestir que llenan los cajones de nuestros armarios.
El modelo de desarrollo que sigue el mundo globalizado en que vivimos se basa en el crecimiento económico, en que año tras año los estados dispongan de más dinero para seguir fabricando más dinero. Hablamos de un contexto global en el que las empresas transnacionales anteponen el beneficio económico por encima de todo. Para reducir costes y aumentar márgenes de beneficios, deslocalizan la producción hacia países con abundante mano de obra barata y escasa cobertura legal, social y medioambiental. Países que, como advierte la Campaña Ropa Limpia, «compiten entre ellos en flexibilidad y costes salariales para adaptarse a las prácticas de compra de las empresas clientes».Encontramos en Asia un sector textil que emplea mayoritariamente mujeres jóvenes, sin apenas estudios y que a menudo representan el único ingreso familiar. Son ellas quienes más pagan las concesiones que el sistema económico globalizado da a las empresas transnacionales. Algunas de estas son: salarios insuficientes para poder cubrir sus necesidades básicas y que generan casos de desnutrición, ausencia de contrato laboral o de permiso por enfermedad o maternidad, carencia del derecho a la actividad sindical o a recibir pensión por jubilación, sufrir situaciones de estrés por la inseguridad laboral y el acoso físico y verbal, cansancio derivado de larguísimas jornadas laborales y de la obligatoriedad de hacer horas extra… Se trata de una situación que se recrudece en los numerosos casos de mujeres que migraron del medio rural a la ciudad para trabajar en las fábricas del textil y que suelen carecer de cualquier tipo de protección legal.Toda esta situación también desemboca en el deterioro de las relaciones personales, el truncamiento de planes para una educación que permita salir de la pobreza y la separación de las familias en el caso de las trabajadoras que se ven obligadas a abandonar su hogar para poder conseguir un trabajo en algún taller. Son proyectos de vida amenazados por el contexto de explotación laboral en el que viven.
Sin embargo, al organizarse y luchar junto a sindicatos y organizaciones pro-derechos laborales y humanos en una misma dirección, estas trabajadoras han demostrado que existen alternativas justas a ese modelo imperante que las aboca a la desigualdad y pobreza. A falta de la reivindicada creación de un marco regulatorio internacional que permita controlar de más cerca las plantas textiles que deslocalizan su producción, así como poder penalizar y ejercer una mayor presión sobre aquellas empresas que vulneran los derechos de las mujeres que trabajan en este sector, remar en la misma dirección ha propiciado que en estos últimos años se hayan conseguido varios avances positivos. Entre ellos, la creación de cooperativas de trabajadoras cuya actividad se basa en criterios de justicia comercial, social y medioambiental, o la consecución de acuerdos para mejorar la seguridad en fábricas con el fin de que desastres como el del derrumbe del edificio Rana Plaza -Bangladesh, donde perecieron más de 1.100 personas- no se vuelvan a repetir.
Aún y todo, quedan numerosas conquistas por lograr. Lo que posibilitará el cambio será la unión y la alianza de trabajadoras, sindicatos y organizaciones que trabajan, desde Norte y Sur, en pro de la equidad de género y clase, la justicia social, la paz y a favor de unas condiciones laborales dignas para todas. Y, cómo no, desde aquí también podemos remar en esa misma dirección mediante un arma con un poder enorme y a veces olvidado: nuestros hábitos de consumo.
* Es impensable hablar de mujer en singular ya que no existe un una unica forma de ser mujer, con el plural queremos visiiblilzar la diversidad de las mujeres