“La única forma de cambiar la situación de las personas trabajadoras es mostrar el lado humano de estas mujeres y desafiar a la corriente dominante de economistas por no tener en cuenta los derechos de los trabajadores”, Junya Lek Yimprasert, Coordinadora de la Campaña Tailandesa de Trabajo.
Declaraciones como las de Junya, y otras 16 mujeres de diferentes países y con diferentes perfiles dentro de la lucha por los derechos laborales de las mujeres (y hombres), ponen voz y cara a las condiciones a las que se enfrentan cada día tanto en los talleres de costura y maquilas como en su casa y su barrio. A estas alturas, es evidente que la mayoría de las personas trabajadoras del sector de la confección y del calzado deportivo son mujeres, con todas las implicaciones que esto conlleva. La realidad es que son consideradas meros factores de producción, mano de obra. Sin embargo, se debe tener en cuenta que ellas son el pilar de la economía “afectiva”, las que se encargan del cuidado de sus familias, hogares e incluso de la comunidad.
Si a esto añadimos, que en muchos casos las mujeres que trabajan en este ámbito también representan la base de la economía “productiva”, es innegable el impacto que las condiciones de trabajo (enfermedades a causa de la insalubridad en los puestos, cansancio debido a jornadas laborales interminables, malnutrición derivada de los salarios miserables, etc.) pueden llegar a acarrear en sus vidas y en las de sus familias.