Fuente: Noticias de gipuzkoa
La semana pasada pude realizar por fin uno de mis sueños adolescentes. Ocurrió en la tabacalera de Donosti gracias a la campaña ropa limpia (www.ropalimpia.org). La O.N.G. SETEM me invitó a participar en un desfile de moda llevando algunas de las creaciones exclusivas que habían surgido en los talleres previos de reciclaje de ropa y de peluches. Aquella ropa era original, atrevida, elegante, casual… y ¡me cabía! Pero no sólo eso. Estos diseños alucinantes eran además una pregunta a nuestras conciencias: ¿Sabes de dónde viene la ropa que llevas? Y es que, demasiado a menudo, detrás de la etiqueta de las prendas que vestimos, se ocultan salarios insuficientes, explotación infantil, represión sindical, contaminación, condiciones laborales pésimas en seguridad e higiene… Me sale sarpullido sólo de pensar que mi manera de consumir me hace cómplice de situaciones de precariedad laboral y de violación sistemática de derechos humanos. Situaciones que afectan hasta el 80% de las personas que trabajan en la industria textil para las multinacionales. Me dan alergia estos tejidos provenientes de la manipulación genética o el monocultivo trasgénico de algodón, donde el uso desmedido del agua y el abuso de pesticidas y herbicidas suponen un atentado permanente contra el medio ambiente y la biodiversidad. Con la inocencia que a mí sólo me permite la nariz de payasa, juego a menudo que me mido el cuerpo en varias direcciones a ver si doy la medida justa. Ahora comprendo que no se trata de medir a la gente sino la propia ropa. A ver si nos da justa. Esto es, de justicia social. Tras la resaca consumista que dejan estas fiestas, quizás tú también, como yo misma, te animes en el futuro a verificar etiquetas y a sospechar antes de realizar tus compras. Porque yo quiero que, al menos, la ropa que me ponga, le favorezca a todo el mundo. Como personas, aspiremos a dar la talla justa.